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viernes, 28 de marzo de 2014

Amor de primavera

A la primavera que libera los sueños


Te soñé al atardecer, volando sobre las marismas, tan liviana como una de esas semillas que flotan a merced del viento. Acariciada por los rayos del sol, te fundías con la brisa, sobre los insectos y las cañas, sobre mi mirada y los penachos de los juncos, esos penachos altos y alargados, mecidos con la melodía de las últimas luces. Ni siquiera fuiste una presencia, apenas un milano o una pluma transparente, quizás obedeciste a la mera imperfección de mis sentidos. Solo te puedo evocar como un piélago en calma, el remanso donde recalar en busca de cobijo. Recuerdo que desperté con un sabor dulce en la boca, meloso y afrutado, tan difuso que por momentos se confundía con ilusión.

La climatología pareció ajustarse al calendario astronómico y la primavera arribó el día preciso, casi a la hora calculada, y en el espacio de una mañana se despejó el invierno y los cielos brillaron con un azul esplendoroso. De repente se abrieron las terrazas y las gentes retomaron las calles. Con el olor de las primeras hierbas se multiplicaron los mediodías al sol, las sobremesas alargadas hasta que declinaba la tarde. Se olía a pescado, a carnes ahumadas, a manjares deliciosos, a reclamos culinarios que proclamaban las excelencias de los distintos establecimientos. Los compañeros se encontraban, renacían las amistades olvidadas, brotaban oportunidades e ilusiones, alguna prometedora sorpresa. Me recuerdo contento, emocionado por una perspectiva de cambios drásticos en la rutina, aunque no puedo precisar en qué consistiría la novedad ni de qué modo esperaba que me afectase tan rotundamente. Poco puedo alegar en mi defensa, me dejé arrastrar por el fulgor de la naturaleza.

Me sorprendió mucho volver a soñar contigo y que regresaras a mi imaginación de ese modo tan vivo y neblinoso al tiempo, porque ni siquiera admitía nuestro reencuentro y ya buscaba tu nombre. Eras un instinto que se abría paso entre las sombras, nada definido o concreto, solo un brillo o una suposición, pero que adquiría entidad para distinguirse entre la nada. No eras un accidente o un destello del azar, sino algo que se repetía y cobraba impulso propio. Ignoro qué te hizo destacar entre otras fluctuaciones de mi tristeza, pero te presentí en un éter, como una nota musical que sobresaliese entre las brumas y de repente se convirtiera en puente entre fantasía y realidad. Eras algo significativo, aún no sabía qué, o acaso debiera decir quién, porque presentía tu carácter y tu fuerza en atributos de la especie humana. Los animales presienten los terremotos, yo presentí tu alma.

Se amplió tu protagonismo en mis sueños y permití que me acariciasen las quimeras. No tuviste piel pero sí una vibración que me estremecía al imaginar tu presencia. Llegabas a mí de modos muy diversos, aunque preferías que te hallara en el estudio, cuando te sentía rendida a la inspiración del pintor, del escultor, del orfebre que doblegaba tu belleza a su arte. Quizás solo eras una idea, pero eclipsabas las demás ideas y te aposentabas en mi mente para tomar a tu siervo y definirte con rotundidad, una suerte de aquí estoy y llegué para reclamar mi reino. Muy vago y difuso, no puedo explicarlo mejor, te vislumbraba en la forma imprecisa de una masa que adoptase rasgos, aunque esos rasgos aún no se asimilaran a lo conocido, solo eran un presentimiento, una sensación que deseara filtrarse desde otro mundo. Eras sutil pero estabas allí, como un anagrama incandescente o una voz en la quietud de los bosques, supongo que para mi alma era un fuego en las tinieblas, algo que me convertía en un insecto atraído por la luz, más aún, comprendí que eras una luciérnaga que emitía su propia luz y me encadenaba como un faro al náufrago en la oscuridad absoluta. Me gustó que fueses tú quien me atraía a las tinieblas, aunque por entonces ignoraba cual era el significado de mis sueños.

Mis compromisos sociales se intensificaron. Cada noche cenaba con amigos diferentes, me entretenía en coincidencias inesperadas, exploraba relaciones prometedoras y a veces, solo a veces, presentía a alguien que me recordaba a ti por una sonrisa, por un gesto, aunque yo por entonces no conocía tu sonrisa ni tus gestos, quizás solo eras una forma de moverse o un perfume, no sabría precisar con exactitud, lo cierto es que no hubiera podido definirte. Tampoco lo pretendí, me limité a dejarme arrastrar por fuerzas irresistibles, alucinaciones o pálpitos, si se desea exagerar. En realidad la disculpa es fácil, me abandoné al ciclo de la eterna resurrección o de cualquier otro símil que atenúe mi derrota. Tu voz fue el primer sentido que te convirtió en real. De repente te bendijo la palabra y en mis oídos resonó un susurro intemporal, que me llamaba con un deseo ante el que solo acerté a rendirme. Marcabas un ritmo que despertó en mí una pulsión que no admitía demoras, porque me incendiaba un fuego donde solo tú eras agua y frescura entre las llamas. Sin forma, sin cuerpo, aún presentida eras mi alivio.

Tuve amores queridos y repudiados en el mismo instante, y otros que permanecieron más en mí, pero en todos sobrevivías agazapada, ausente hasta que cobrabas sustancia y poseías el aire para renacer y devolverme mi amor transformado en tuyo, un amor que aún era neblina y deseo de ser, porque el aliento de mis amantes te convertía en algo lejano y vago. Te sentí una larva o una crisálida ansiosa por devorar a su huésped y renacer en el futuro. Entonces quise que fueras caníbal de mí y grité para atraer tu voracidad, pero otros besos respondieron a mis besos y otro cuerpo respondió a mis manos. Nunca me engañé, siempre te supe al margen de mis amantes, porque eras definida y concreta, sin cuerpo y sin rostro, pero tú.

Me asaltó un impulso y te busqué entre los puestos de especias. La canela, el jengibre y la nuez moscada me trajeron recuerdos vagos, de otro yo muy lejano, y te vi surgiendo de la niebla como si me hubieras acompañado siempre. El azafrán, las violetas y el limón también invocaron tu presencia, dolorosamente querida pero ausente. Aromas que bullían en un aroma único, que yo identificaba como tu huella. A veces, en cualquier instante, en cualquier escenario, te materializabas en una sonrisa desconocida, en un perfil o una mirada anónima que de repente me traía tu recuerdo. Me aproximaba entonces para entablar una conversación que despejara mis vacilaciones y te situase tras aquellas facciones amables y gratas. Normalmente aguardaba el fracaso, pero a veces me sonreía el éxito y nos entregábamos a la pasión. Te presentía entonces en el sabor de otros besos, de otras caricias, como un eco bajo la dulzura inicial, tras el terciopelo de otra piel.

Soñé tus ojos y vi almendros floridos y nubes que se reflejaban en el mar. Sentí calor y aparté mis ropas hasta quedar desnudo. El peso de la noche arropó mi cuerpo y sentí tu tacto en la oscuridad, un vértigo, un roce sin afección ni materia, un batir de mariposas, un suspiro de alcatraces que se deslizan sobre el océano, como si el espíritu de la brisa inundase mi alma de sensaciones vagas y preciosas. Después me sobrevenía el desencanto del deseo satisfecho y pensaba en erizos, en arañas, en peces con espinas que eclipsaban mi lujuria y atraían a mi boca la amargura de sabores ajenos, sabores que reafirmaban mi soledad. Después dormía o escuchaba la respiración de mi amante hasta que encontraba mis ropas y me vestía entre tinieblas. Me inclinaba sobre el cuerpo dormido y lo besaba para aspirar tu olor una vez más, buscándote de nuevo entre las especias de su perfume. Después me alejaba, desencantado por tu ausencia, abría la puerta con sigilo y me adentraba en la tristeza de la madrugada, donde el silencio es denso y resuenan los pasos.

Una noche volví cuando se recogen los supervivientes. Deambulé por muchas calles, confundiendo las esquinas, hasta que me encontró mi domicilio y conseguí derrumbarme sobre el lecho. Recuerdo que pensé en apagar la calefacción del invierno cuando conseguí desnudarme y permanecer boca arriba sobre la cama. Inmóvil me pareció más que suficiente, y así quedé, rendido a mi debilidad y aplastado por la penuria del arrepentimiento. Hasta que sentí tu piel y todo pareció desvanecerse a nuestro alrededor. Aspiré tu olor, tan espeso como el mío, derrotado y renacido del exceso. Tu lengua rozó mi lengua y tus dientes mordieron mis labios. Después me acariciaste y te besé en los hombros. Luego deslicé las manos sobre tu pecho y te estremeciste con mis caricias. Supe que dormía profundamente y no tuve temor de fundirme contigo. Me invadió la plenitud y comprendí que era tuyo para siempre y que despertaría mojado.

Muchas madrugadas concluyeron así aquella primavera, cuando eras un instinto de juventud y aún se deshacía tu forma. Lentamente comprendí que te adueñabas de todo, de mi mirada, de mis sentimientos, de mi respirar y de mi espíritu. De repente me supe vacío y muerto porque no estabas, y sentirme así me pareció igual y diferente, porque me había sentido así innumerables veces pero nunca por ti, y eso me extrañó y me sumió en el desconcierto. No se prolongó mucho mi desazón, pronto te asumí como la enfermedad que eres, dulce mal al que no espero encontrar remedio. Invádeme, arrásame como una plaga, derrúmbame y conviérteme en nada a tus pies, que presiento dormidos muy cerca, a mi lado, cercanos y ansiosos de una caricia, quizás solo están fríos y buscan mi calor.

Mis parejas se multiplicaron en la esperanza de encontrarte tras un deseo desconocido, oculta bajo un rostro cualquiera. Esfuerzos que fueron vanos, pronto me descubría aspirando un aliento no era el tuyo, en caricias que desmerecían nuestra pasión, atrapado por el deseo convulso de otro cuerpo. Buscaba mi amor para encontrarte en él, y me demoraba para sentir su pálpito en el último instante, pero mi amante no gemía como tú, no se estremecía como tú, no gritaba como tú, porque solo era una excusa que había buscado para acercarme a ti, a lo prohibido y secreto. Tras saciarme solo quedaba la tristeza de lo inconcluso, la apatía de lo repetido con un final predecible, como si a un poeta lo abandonara la inspiración y se resistiera a perder el favor de su poesía.

Casi me atrevo a decir que fue la primavera más húmeda de mi vida y que cada día amanecí mojado con tu recuerdo. No importaba a quién conocía, donde cenábamos, de que reíamos o en qué lugar nos amábamos hasta el amanecer. Aparecías en el arcoíris de una fuente, en el maullido de los gatos, en cualquier rumor involuntario, y yo te seguía cautivo, para imaginarte y quererte siempre. Me acostumbré a que te desvanecieras en el último instante, cuando comprendía que no te encontrabas en el cuerpo que permanecía dormido mientras yo regresaba a mi refugio de siempre, donde velaba el hastío y me unía contigo antes del alba, en la duermevela reservada a los perseverantes. Allí derrumbado, inconsciente, sentía que se erizaba mi piel en respuesta a tu suave aleteo sobre mi espalda o mi pecho. Después, sumido en el delirio, me abandonaba al placer de las luces del alba, que rompían como olas contra el frenesí de un gozo que me dejaba extenuado y sumido en un sueño imprescindible. Despertaba turbio por el regusto de las aventuras fallidas.

Por fin nos encontramos en el confín de una velada bulliciosa, presentida, cuando el aire era cálido y el fulgor de la primavera tan radiante como el verano. Te miré, sonreíste y te reconocí al instante. Luego llegaron tu voz y tu silencio, el aroma de tu cabello y ese perfume suave que olí al acercarme a tu cuello y depositar allí un suspiro fugaz. Ven, dijiste, no te entretengas, y corrimos a querernos de cualquier modo, con todo por descubrir, arrebatados por una pasión que pensé extinguida de la faz de la tierra, una pasión bíblica, homérica, como no recuerdo antes. Mis amantes se desvanecieron en un gris que se difuminaba rápidamente, eclipsados por la contundencia de tus besos, por el revoltoso perseguirse de dos cuerpos que juegan entre sábanas perfumadas, envueltos en deseo y pasión renacida. Una y otra vez, hasta que el sueño nos sorprendió abrazados y soñamos con las mismas montañas y los mismos mares, como si nuestros sueños fueran uno ahora que nos habíamos encontrado para siempre.

No se cuántos años han pasado desde aquella primavera prodigiosa, cuando mi alma enloqueció al presentir tu existencia. Me recuerdo buscándote en ojos que rehuían mi mirada, en sonrisas que eran un compromiso y no una ventana a compartir, también vagando entre calles sinuosas y desfallecido por encontrar respuestas a una pregunta desconocida. Sentía la espuma de tu alma como un vacío que me abocaba a la eterna búsqueda, que me perdía en un remolino de anhelos insatisfechos. Me absuelve que jamás me rendí y que estuve dispuesto a encontrarte entre todos los rostros, porque bastó un instante para que destacaras entre las noches vacías y te mostrases como la gema que siempre había presentido próxima al fango de mi espera anterior, una espera que sin tu luz carecía de sentido. Vivimos días felices y también tristes, y otra vez días felices y tristes, y disfrutamos o sufrimos según nos exigió la vida, hasta que comprendimos que nuestra vida eramos nosotros. Un amanecer descansábamos junto a la vereda de un camino, guarecidos del cielo por la generosidad de los árboles. Unimos nuestras manos y decidimos que disfrutaríamos de la lluvia. Chapoteamos entre el barro, excitados, indolentes, nos detuvimos un instante y te besé despacio, para saciarme con las aguas que empapaban tu rostro.


Blas Meca, con licencia Creative Commons

2 comentarios:

  1. ¡Qué delicioso relato!. Casi hasta el final parece el periplo de Fausto buscando a su amada Helena, la belleza y armonía perfectas. Pero tales visiones mefistofélicas no hacen más que incrementar un deseo de imposible realización, un deseo de objeto inexistente, que agrava el sufrimiento y la frustración.
    Lo maravilloso es que aquel sueño se humanizó, se encarnó en días felices y días tristes, en presencias y ausencias, en aceptación de la vida, aquí y ahora.
    Es el momento en que tu relato abandona la ficción, y es el momento en que los humanos lectores nos sentimos identificados con las idealizaciones y la realidad.
    ENHORABUENA, ME HA ENCANTADO

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  2. No puedo más que aplaudir y compartirlo.

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Que la nobleza sea contigo, amable lector, ten paciencia con este triste anciano, disculpa su ignorancia y trátalo con misericordia. (Cuida tu ortografía, te vigilan ... los otros).